sábado, 21 de marzo de 2009
EL HOMENAJE
Jimmy está sentado totalmente desnudo sobre el sillón más importante del camarín, con la flaca pierna izquierda sobre el apoyabrazos de cuero; mientras Elizabeth le hace un ridículo masaje en el dedo gordo. El se mira fijamente en el espejo y cree que recuerda como comenzó todo muchos años atrás, con una guitarra Fender Stratocaster en el hombro y algunos blues con ideas básicas sobre el amor libre. Eran los tiempos en que deambuló por los pubs mas berretas de Nueva York.
Ahora todo ha sucedido y él se siente muy bien, sentado cerca de la estufa hogar del camarín, junto a sus músicos, cerca del calor y del fuego adolescente de rápidos dolores de cabeza.
Jimmy había logrado que la gente espere demasiado de su música lisérgica. Pero él no esperó nada de la gente. Su experiencia era vibrar el amor libre y soñar con las guerras fantásticas de la humanidad.
Le había llevado muchos años lograr un sonido y cuando lo terminó de moldear no le disgustó ser ídolo de esta sociedad moderna. Gracias a ella él había conseguido comprarse al contado un avión particular color blanco para viajar más rápido por la condición terrestre.
Eran casi las diez de la noche y el camarín del estadio donde se llevaría a cabo el show permanecía cerrado; cada tanto alguien entraba con algunas botellas de whisky , entonces como parte de esa ceremonia se filtraban vociferaciones confusas de multitudes ansiosas por ver y escuchar el show de homenaje.
Todos sabían que ese estado anterior de ansiedades nerviosas antes del espectáculo era lo que ponía a punto la esencia musical de Jimmy; el factor principal por el cual él se había perdido para siempre en la nada. Sus músicos ya lo habían oído hablar incoherentemente antes de algún show, cuando el camarín comenzaba a calentarse. Todos sabían que muy cerca de esos estados estaba la causa motora de la genialidad violenta de Jimmy. El nunca lo había reconocido en público, sólo Elizabeth lo escuchó divagar incoherentemente días antes del accidente. Confiaba demasiado en ella. Quizás por eso la amaba in eternum. Los demás eran admiradores de su fama, periodista, organizadores de turno, “allegados”, dealers y compañeros de banda o “los ocasionales” como tétricamente supo decir en los malos momentos de su carrera.
Ya debe estar por llegar Reed- sintió Jimmy muy cerca de los oídos de Elizabeth y quiso darle un beso, pero pasó de largo y sonrió hacia adentro recordando esa tarde de agosto en la que había compuesto un blues que decía: “Cerca de tus ojos te beso Elizabeth, mientras el fuego derrite el tiempo. Elizabeth derrite el tiempo. Elizabeth ven y derrite mi tiempo”.
Más- susurró ella y pasó suavemente un dedo por el espejo dejando que Jimmy apoye sus labios, pero dedos y labios se mezclaron en una confusión imaginaria y no sintieron nada. Entonces se dieron cuenta de algo que no tenía nombre.
Reed era pelirrojo, gordo y algo sucio; estaba vestido con un traje amarillo y se hallaba parado al lado de los demás músicos. Le hubiera gustado decir: “Jimmy, el público de hoy es magnífico, afuera hay ochenta mil corazones, todos tuyos”.
Jimmy creyó recordar la guitarra Fender Stratocaster y las primera ideas sobre la libertad y el amor libre, cuando andaba a pie y sin dinero. Sintió palabras que no podía pronunciar ( El show de hoy va a ser un homenaje a mi persona, porque yo ya estoy situado en el lejano mesón de la sorpresa ¡Las cosas que siento! ).
Maravilloso- pensó Reed y comenzó a caminar desesperado, en círculos, con el puño derecho debajo de una barbilla de varios días. Maravilloso -repitió- es lo que la gente quiere escuhar, pero podría decir algo más alegre: “El recital de hoy... señoras y señores va a ser una fiesta”. O puedo decir algo mejor: “ El show de esta noche será una orgía inolvidable, como en los buenos tiempos, cuando no había tanta sífilis dando vueltas por el mundo”.
Jimmy volvió a sentir muy cerca suyo la sensación de la palabra homenaje y comprendió tarde que le resultaría imposible salir a escena de una manera normal con sus músicos, pero no se apenó por esa imposibilidad aparente, sintió una alegría conmovedora y vio a los ochenta mil corazones latiendo lentamente hacia él ¡Cuánta sangre junta! -Sintió emocionado-.
¿Qué es lo que quiere la gente? -Se preguntó Reed mientras encedía un cigarro. “La gente quiere Rock and Roll” sintió Jimmy y quiso pasar el dedito índice por el espejo; levantó su mano izquierda, vio que una de sus yemas estaba blanca y creyó pasarla por sus labios y los de Elizabeth, pero los dedos se mezclaron y no pudieron sentirse. Ya comenzaban a acostumbrase al dictamen fatal de querer tocarse y no poder.
En los otros sillones del camarín estaban sus músicos. El guitarrista casi inconsciente, borracho y flaco, cansado de hacer digitación con la guitarra; el bajista sentado plácidamente, observando con ojos incrédulos un póster de la revista Play Boy; los percusionistas tirados sobre la alfombra color marfil, mirando una piedritas rojas que tenían unos destellos enigmáticos y el baterista, en cucliyas, riéndose a carcajadas de los destellos de la piedritas.
La tenue luz amarilla y el humo de los cigarros les daba a todos los presentes ciertos aires de paz y poderes inexplicables en los ojos. Nadie hablaba de nada en especial porque sabían muy bien que después de tantos años juntos, el camarín era una antesala abstracta e inútil para las palabras, pero especial para hacer magia y Jimmy era el mago. Ellos sabían que el hubiera podido cambiar muchos estados de ánimo sin moverse del sillón más importante del camarín y que con sólo agarrar con sus manos negras una guitarra eléctrica , todos sin excepción hubieran naufragado encantados junto al sonido producido por sus diez dedos veloces. Por eso las palabras estaban de más en el camarín de Jimmy Hendrix.
Jimmy y Elizabeth ¿ Dónde estarán? - pensó Reed y volvió a tomarse la barbilla de días con la mano derecha; caminó hacia la puerta del camarín; la abrió y se fue caminando por los pasillos del estadio mientras unos periodistas lo perseguían. El señor Reed se frenó de repente y les dio a los reporteros: “ En veinte minutos el homenaje comienza. Espero que disfruten del show”. Volvió al camarín, cerró la perta con llave y se sentó con los músicos a tomar whisky.
Antes de salir al ruedo, los músicos de la banda de Jimmy se encerraban en el camarín y se quedaban solos; nadie sabía lo que hacían ahí adentro, pero después de unos diez minutos salían sin mirar a nadie y se embarcaban en la tiniebla peligrosa del show para no volver a ser más quienes habían sido. El ritual siempre se repetía.
Ese día, cuando Jimmy caminó con el resto de sus músicos hasta el centro del escenario se sintió solo y alejado de la situación . ¡Tendré que acostumbrarme! Pensó-. Cuando levantó la mirada y vio con sus ojos negros una multitud de chicos y chicas que tenían una bandera con una inscripción difusa que decía: “Jimmy no murió” sólo puteó al mundo, creyó agarrar la Fender blanca y le dio un golple de La mayor, pero sus músicos no lo miraron y él tampoco sintió nada. Los ochenta mil corazones estaban en silencio, entonces Jimmy vio aún mas lejos a otros chicos que tenían una cartel con su foto, entonces sí, miró la guitarra blanca por última vez y le dio otro golpe de La mayor, pero sus músicos no lo miraron y él tampoco sintió nada, excepto un fuego instantáneo entre sus ojos que le quedaba como recuerdo de su último viaje.
Reed caminó como siempre, con su traje amarillo un poco más arrugado que de costumbre, saludó a los músicos poco visibles por el humo y la luz tenue; corrió unos cables con el pie, caminó con la mirada emocionada hacia el público, se sacó de la boca el cigarro húmedo y dijo frente a los ochenta mil corazones con una apenada voz de ultratumba: ¡Qué comience el show! ¡ Este es nuestro primer viaje sin Jimmy!.
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